Primero cogimos el autobús 203 que cruzaba media ciudad para ir al Paseo del Filósofo, un caminito que va siguiendo pegado a un canal, que es muy bonito por sus cerezos en flor, pero que en estos momentos no hay ni una. El paseo tiene 1,5 km y comienza con el pabellón plateado, al que no entramos porque si ya de por sí está inacabada su fachada plateada (no tiene nada de ese color), está todo en obras andamiado. En la otra punta del paseo está Nanzen-ji, un templo con una pedazo Sanmon (puerta principal) colosal y un acueducto aún en uso, todo mezclado entre la naturaleza de las montañas este de la ciudad. Luego visitamos los templos Heian-jingu en Okazaki y Chion-in, el segundo sin nada a destacar, para después pasar por el parque de Maruyama, otro sitio que tendría que tener cerezos en flor pero del que ahora no disfrutamos una mierda. Eso sí, tiene algunos estanques y plantas más chulos que algunos jardines de templos. Dentro del parque está el Santuario Yasaka Ninja, otro más pintado de naranja, como todos, con muchos edificios en su recinto del que no recuerdo mucho más, ya que a estas alturas ya estoy saturado de tanto templo y los confundo.
Al salir de ahí ya empezaba a estar la zona de Gion bastante bulliciosa, de todas maneras hoy estaba todo más lleno puede que debido a que sea domingo. Por aquí comenzamos a ver muchas geishas, falsas todas más que nada porque: caminaban despacio, algunas rodeadas por hombres también con kimono; porque se reían de que les hacías una foto o porque muchas eran directamente occidentales disfrazadas (llegamos a ver un pavo incluso vestido de geisha). En cambio una geisha de verdad, como comprobamos y explicaré más tarde, es: más discreta; es más seria y sale de casa y camina rápido a escondidas, tanto para que no las vean, como porque llega tarde a su cita o huyendo de fotógrafos locos como Anta.
Lo retomo desde donde lo había dejado antes de este paréntesis de geishas. Al salir de Yasaka Ninja fuimos cerca de allí a ver la estatua de Ryozen Kannon, una enorme estructura de piedra de 24 m de alto dedicada a los soldados caídos en la II Guerra Mundial. Remarcar una cosa que siempre nos recuerda Anta, que los japoneses no se arrepienten de nada de esa guerra aun con lo que pasaron de las bombas atómicas. Sino justo lo contrario de los alemanes, donde en ningún sitio verás un monumento de este tipo. Lo mejor del caso es que la estatua se ve perfectamente desde fuera como podréis comprobar en la foto, pero para entrar a sus pies cobran 200 yenes.
Desde lo alto de la zona donde la Kannon divisamos la pagoda Yasaka y lo cargadas que iban las estrechas calles del entramado antiguo de Gion. Calles peatonales adoquinadas en constantes cambios de nivel, atestadas de pequeños comercios y casas de madera, el barrio con más encanto de la ciudad pero también con más canis por metro cuadrado. En esa zona comimos en nuestro primer restaurante.
En Gion ya solo nos quedaba por ver el templo más grande e importante de toda la ciudad, Kiyomizu-dera. Su entrada cuesta 300 yenes y en el interior hay una balconada con vistas a los diferentes tonos de verde de la montaña y aparte del pobre skyline de Kioto, donde solo despunta la torre de la ciudad, una antena-hotel que está enfrente de la puerta central de la estación principal por donde llegamos (puerta con el nombre de Astroboy ya que allí hay una estatua de este personaje de manga). Aparte de la balconada hay una ridícula piedra del amor y una fuente de un manantial sagrado del que la gente suele beber, estilo Lourdes, pero que debido a los colotes que había ahí se quedó.
Hay que decir que desde las 16:00 a las 19:00 (hora en que ya anochece) el cielo se queda medio encapotado como anocheciendo aún con el Sol muy alto pero alumbrando poco. Así que como estaba ya atardeciendo, era perfecto para pillar alguna geisha auténtica en la calle de Miyagawacho, zona muy tranquila. Y así lo hicimos como comentaba antes. Aparte de Anta persiguiendo una geisha, vimos salir de un restaurante a un grupo de maikos (aprendices de geisha) con maestra enseñándoles a andar con los altos tacones de sus sandalias. Menos mal que nos pasamos por esa calle antes, porque en el pasadizo Pontocho donde en teoría también tendría que haber geishas, no vimos prácticamente una mierda. Lo que hay ahí son un montón de restaurantes con olor a fritanga.
Desde la parada de metro de Shiyakusho-mae hemos venido hasta el albergue. El andén del metro está todo cerrado con cristales y solo puertas que se abren cuando el vagón encaja las suyas. Para todo esto que he contado han dado de sí los 25 km caminados. El albergue es una caja de sorpresas, cada vez que entramos hay un nuevo energúmeno. Esta vez no uno, sino 4 ingleses que hablan japonés y tocan con la guitarra country a gallos, insoportable. Menos mal que no se quedan a dormir, son unos amigos de la dueña (o lo que sea). Así al menos está distraída y nos deja tranquilos un rato, menuda panda de tocahuevos. VISCA EL BARÇA!!!
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